El poder de seducción de las palabras de mi madre,
eran eternas sobre mis oídos,
caían sin cesar sobre la cascada invisible del que se cree inferior,
siempre había pensado que la diferencia entre mi persona
y el resto del bosque, del mundo,
era la capacidad arrolladora de poder sentir la más mínima brisa
que en el mundo se formaba,
pero las palabras que mi madre pronunciaba una vez tras otra,
caían sobre mi, como losas enormes en forma de amigos y amantes
imperecederos que obviaban mi don, el cual era para mi, mi mayor tesoro
adquirido en este caminar por la calles del día a día.
Sentía que podía tocar las esculturas que presidian las cúpulas de los
edificios que mañana tras mañana, observaba fijamente de camino
al trabajo.
Conseguía flotar levemente y por un espacio
irrisorio de tiempo, lograba reflejarme en los espejos de las tiendas,
realmente como Dios me trajo al mundo, desnudo, delgado, irónico,
como si la verdad quedara al descubierto entre millones de preguntas
sin resolver,
vivo y muerto,
no lograba entender la diferencia entre el estado de la arquitectura urbana
y los campos de concentración polacos, y nadie entiende la dislexia,
nadie la lograba ver, nadie escuchaba las palabras de mi madre a través de
las bocas de mis amigos y amantes, nadie lograba ver a los poseedores de
ese don, nadie localizaba esas miradas entre la multitud de las ciudades,
entre la multitud de los estadios, de las playas desiertas,
pequeñas partituras sin importancia.
Subestimo el poder de la razón y de la
realidad demoledora que no comprendo.